Perfume y olor a tabaco
Amanecía en las callejuelas céntricas de Sevilla. Mezcolanza de culturas del medievo y progreso. La mañana del temido agosto me regalaba un aire fresco que me embriagaba de recuerdos.
Lo vi a mi lado, como cuando niña, apoyando su mano en mi espalda mientras sujetaba suavemente con su índice y pulgar mi pequeña nuca.
Percibí el olor a tabaco rubio, su paso lento, su clase, la sonrisa del orgullo paterno que le hacía descubrirse con saludos llenos de simpatía a diestro y siniestro: “Esta es la quinta, hay otra más pequeña y ya veremos…”
La placidez de su rostro, reflejo de su alma, las miradas “controladoras” hacia el resto de la prole, hacían que me sintiese tan protegida como segura.
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Y pasaron los años, los cortos pero anchos años, repletos de meses, semanas, días, horas, segundos y de acontecimientos previstos e imprevistos…
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Finales del mes de mayo, por entonces me tocaba cumplir los 18. A la salida de clase, como ya era costumbre, me dirigía al pequeño local de encuadernación y con cierta timidez preguntaba: “Algún libro para coser?”
Y allí, ante el telar, con aguja y tansa, enlazaba los fascículos que mi compañero culminaría en tomo enciclopédico…(15 pesetas por tomo!!! Todo un logro..!!!)
El olor a cola, a papel estucado. El sonido de fondo de la vieja radio. El silencio embaucador que estimulaba mi pensamiento adolescente, cargado de preocupaciones familiares, de amores desmedidos… Al unísono, todo fue interrumpido por una frase: “Tu padre quiere verte”….
Volví a la tierra o quizás me alejé de ella. Su figura ante la puerta, traje claro, corbata, sonrisa enternecedora, sus ojos claros y yo..
Un perfume en las manos que me entregaba junto a un “Felicidades hija“
Paralizada, emocionada, sorprendida, no pude mediar palabra. Mis ojos sujetaban su mirada y quise decirle tanto que nada dije.
Grabé su imagen para siempre, como si alguien me avisara de que era nuestro último encuentro a solas…
Aún me pregunto, si él lo vivió con la misma intensidad que yo…si pudo saber cuanto le quería, cuanto se lo agradezco y cuanto le quiero.
Y van veinticinco años y aun, al escribirle…
Como me hubiese gustado que conociera a sus nietos…!
Ahora soy madre y si bien me "ocupo" como cualquier padre de intentar medir sin éxito la cantidad de amor que siento por mi hijo, me pregunto si nos paramos a pensar cuánto nos quieren ellos a nosotros, si somos conscientes de la importancia de este sentimiento…
A pesar de nuestros defectos, errores, incoherencias. A pesar de su juventud, de sus prisas por vivir, de su dificultad para expresarse tal y como nos gustaría, ellos nos quieren más allá de lo entendible, más allá de lo humano…y más allá de la muerte…